Déjenme que inicie estos apuntes con una experiencia propia. Hace aproximadamente un año venía en coche al trabajo por el paseo de la Castellana en Madrid, serían alrededor de las 7 de la mañana y era aún de noche. Había activado ya el sistema de control inteligente de la velocidad, que me ayuda a no superar los 50 km/h en esa vía. En cuestión de pocos segundos, me adelantaron con una importante diferencia de velocidad un vehículo VTC, un taxi y, lo más sorprendente, un autobús.
Todo ellos, muy probablemente, contaban con un sistema de gestión de flotas que, entre otros datos, podría aportar información sobre su velocidad de circulación. Todos ellos operaban con algún tipo de licencia administrativa o, dicho de otro modo, también contaban, o podrían contar, con algún tipo de mayor apoyo público a su comportamiento vial seguro.
El impacto que tienen en la seguridad vial los pequeños, o no tan pequeños, excesos de velocidad urbanos no debe ser infravalorado, por no mencionar el “efecto arrastre” que los vehículos más rápidos imponen sobre los demás; el acoso vial que sufrimos a menudo quienes intentamos respetar los límites… O el estrés que pasamos algunos clientes de estos tipos de servicios de movilidad cuando tenemos que pedir, y a menudo insistir, a sus conductores que no excedan los límites de velocidad: el último al que se lo dije entendió precisamente lo contrario, que “fuera al límite”, poniéndose rápidamente a 80 km/h en plena calle urbana… Luego me explicó que lo había entendido mal ya que lo normal es que los clientes digamos que tenemos prisa y que se conduzca todo lo rápido que se pueda: el mercado reacciona a las demandas y expectativas de nosotros, los clientes. No olvidemos que al final somos los clientes los que conformamos la oferta.
La nueva movilidad, compartía, conectada, inteligente, basada en el Big Data… puede suponer una enorme oportunidad para mejorar la seguridad de la movilidad, empezando por los citados excesos de velocidad.
El número de vehículos conectados a redes inteligentes, bien a través de sus propios sistemas de captura de datos como a partir de sencillas apps del tipo “cómo conduzco” alcanza ya los cientos de miles de vehículos y, probablemente, incluso los millones de estos. Por una parte, la mayor parte de vehículos que pertenecen a flotas, tanto públicas como privadas, vehículos de transporte público, incluidos los taxis, los vehículos de VTC, los de carsharing… todos ellos disponen de geolocalización y de la posibilidad de identificar un gran número de parámetros de la conducción. Por otro lado, los nuevos vehículos matriculados en los últimos años, dotados en su gran mayoría de conectividad y capacidad para recopilar una gran cantidad de datos y compartirla con sus fabricantes o con quien éstos tengan acuerdos de colaboración o comerciales.
En la actualidad, con un mínimo hardware embarcado en los vehículos o con una simple app instalada en el smartphone del conductor, es posible obtener información muy valiosa sobre:
Puntos de inicio y finalización de los trayectos: distancias medias recorridas
Hora inicial, final del desplazamiento: su duración
Velocidades medias o instantáneas
Otros parámetros como aceleración, frenada, brusquedad en los giros…
Localización de puntos negros con acumulación de excesos de velocidad, aceleraciones, frenadas…
Datos básicos, en definitiva, sobre la seguridad de la conducción y los desplazamientos. Por ejemplo, se pueden localizar de forma precisa los puntos negros donde se producen frenadas más bruscas o donde la circulación por encima del límite de velocidad es más frecuente para planificar acciones de concienciación, supervisión de la normativa y otras iniciativas de seguridad vial como reforzar la señalización, eliminar obstáculos a la visión, etc.
Además, la oportunidad social de mejora también se extiende a la economía y a la sostenibilidad. La inteligencia artificial aplicada a la mejora de la conducción eficiente también puede ayudar a reducir el consumo y la dependencia energética y a conseguir una movilidad con menor impacto ambiental y más sostenible.
Las empresas que gestionan flotas, incluidas las empresas de carsharing, son las primeras interesadas en ayudar a sus clientes a ser mejores conductores, más seguros y, en general, con menores costes derivados de un uso sub-óptimo de sus vehículos. Nos consta que prácticamente todas ellas están investigando en nuevas tecnologías y proyectos piloto. Las nuevas tecnologías de inteligencia artificial, en nuestra opinión en un estado de madurez suficiente para su despliegue progresivo, pueden servir para clasificar a los conductores en tres grandes grupos: usuarios maliciosos que realizan usos indebidos o peligrosos de los vehículos, usuarios “extra-cuidadosos” que por su propia personalidad y cuidado al volante deberían ser un ejemplo para todos los demás, y los que probablemente sean la inmensa mayoría y entre los que me incluyo a mí mismo y que podríamos llamar conductores “medios” a los que siempre se les podrá ayudar a ser aún mejores, más ecoeficientes y más seguros.
Y, en este punto, creo que tenemos dos opciones. O aprovecharnos de toda esa valiosa información para mejorar la seguridad vial o, al contrario, seguimos como los avestruces con la cabeza metida dentro de la tierra. Por cierto, he leído que no es que es los avestruces metan su cabeza bajo tierra, lo cual sin duda agradecerían todos sus depredadores, sino que reacomodan frecuentemente sus huevos dentro de sus nidos construidos en el suelo. Qué mala fama la de las avestruces.
Les pido disculpas, porque en seguida me despisto. Nuestra propuesta clave es que todos aquellos vehículos de servicios públicos de movilidad, empresas de alquiler de vehículos y de sharing, de renting o leasing, de VTC, taxis, flotas públicas y privadas, etc. que cuenten con tecnologías para ello, utilicen sus datos de movilidad para ayudar a sus conductores, a sus trabajadores o a sus clientes a viajar cumpliendo las normas y, como resultado, a mejorar la seguridad vial. Ya sabemos de casos en donde los trabajadores o los clientes han dado las gracias a las compañías que lo han hecho, algo que debe entenderse como una oportunidad clara y, sobre todo, creemos que es una responsabilidad social institucional básica.
En Fundación MAPFRE somos optimistas; nosotros, como dice nuestro último lema, confiamos en las personas, las empresas y administraciones responsables y confiamos en el futuro. Por eso nuestro objetivo en relación con el vehículo conectado es que se conviertan en una herramienta para la mejora de la seguridad vial. Y puede serlo sin duda: si a la menor edad media de estos vehículos, su menor impacto medioambiental derivado de su habitual electrificación (total o parcial), se suma la utilización de la información como un verdadero mentor de responsabilidad y seguridad que nos ayude a pulir nuestros pequeños (o grandes) defectos como conductores, qué más les podremos pedir. El primer paso probablemente sería ofrecer a los usuarios de vehículos conectados la posibilidad de “enrolarse” en programas piloto incentivados de mentorización de la conducción, como vía para demostrar el valor tanto para los propios conductores como para las empresas y, en definitiva, para la sociedad.
Voy a terminar con una frase tomada prestada de uno de nuestros diálogos con una de las empresas de carsharing líderes en nuestro país: “podemos, no sólo conocer las estadísticas, sino influir en ellas y ayudar a que la nueva movilidad sea más moderna y, sobre todo, más segura”
Autor: Jesús Monclús - Director de Prevención y Seguridad Vial de Fundación MAPFRE
FUENTE : MAPFRE